martes, 30 de abril de 2013

Soledad (I)


Invertimos tantos esfuerzos buscando a otros que corremos el riesgo de perdernos en el intento

En nuestro idioma, y quizá en todos, hay un montón de palabras que además de su significado literal, tienen una carga de valor profunda y muchas veces nefasta; son palabras que al pronunciarse parecen el monstruos dentro de las frases. Algo así con la palabra soledad, cuando se nombra en una oración, en un poema o en una descripción, parece que se hablara de algo terrible, que no debe ser. Por supuesto, ello genera estereotipos, prejuicios y miedos. Se nos ha dado a pensar, por ejemplo, que quien vive mucho tiempo solo se convertirá en un ser huraño y malvado.

Vivimos en un ambiente que de múltiples maneras nos incita a combatir la soledad, a llenar ese aparente vacío que hay tras el hecho de estar solos, un vacío que debemos colmar de personas, animales, objetos, divinidades y espejismos. Entonces, para muchos de nosotros la necesidad de combatir la soledad se convierte en desesperación y terminamos aceptando compartir nuestros espacios con gente que en realidad no nos valora o aprecia lo suficiente, tan sólo por evitar seguir solos.

Yo pasé más de diez años intentando compartir mis espacios con alguien. Es curioso porque ahora que lo analizo con detenimiento, la mayor parte de ese tiempo él no estaba o estaba queriendo otras cosas, de manera que quisiera o no, tuve que afrontar innumerables situaciones sola y no lo lamento porque aunque las decisiones no siempre fueron las más acertadas, su ausencia, mi soledad, me ha permitido asumir mis decisiones, tomar las riendas de mi vida y escoger el camino que he considerado mejor para ella. En soledad decidí ser madre, vivir en una ciudad o en otra, estudiar, trabajar, en soledad he reído y por qué no decirlo, también he llorado y me siento afortunada de todo eso, porque sola he creado múltiples espacios para vivir y para que mi hijo viva y crezca, para que crezcan mis ideas, mis alegrías, mis esperanzas, mis pensamientos.

Es por eso que hoy sé que la soledad no merece nuestros temores, porque en ella podemos encontrarnos con nosotros mismos y esa confrontación vale la pena y la dicha. Ha ido la soledad la que me ha enseñado que ella no significa ausencia, significa creatividad y decisión, significa responsabilidad y confianza en uno mismo. La soledad es una oportunidad para saberse a sí mismo y ahora creo que sólo en ese camino se realiza uno lo suficiente para compartir con los otros, para darse al mundo íntegramente.